(The Best Engineer)
Quiero iniciar este blog haciendo un sincero homenaje al mejor ingeniero que he conocido: mi abuelo. No estoy hablando de un ingeniero con títulos y grados, sino de aquel que sin recibir instrucción formal, alcanzó un grado superior de conocimiento y capacidad creativa. Un talento innato, inquieto y de genio entre alegre y cascarrabias. Un verdadero ingeniero honoris causa, que en su vida creó, innovó y fue feliz entre artefactos de creación propia o modificados, reparando y echando a perder, haciendo el bien a quien pudo, lejos del reconocimiento público, pero admirado por quienes tuvimos la suerte de conocerlo.
Don José Manuel Lorca Sotelo, oriundo de la localidad de Teno, región del Maule en Chile Central, fue un entusiasta dedicado a la electrónica y mecánica desde muy niño. Alimentado por su enorme curiosidad por saber cómo funcionan las cosas, aprendió desde lo más elemental en forma autodidacta. Su primera incursión técnica fue con una máquina para proyectar películas cuando tenía apenas 10 años, la que por necesidad tuvo que operar y dominar por completo. Conocía cada parte del sistema mecánico y eléctrico de este aparato, gracias al cual tuvo sustento por años. Proyectando películas llegó a mi pueblo natal: Guacarhue, en el Valle del Cachapoal.
Tenía un pequeño taller electrónico y mecánico, el que yo distrutaba mucho visitar en mi infancia. Recuerdo tres vehículos muy antiguos a medio reparar – que me parecían tan largos y anchos como un bote… uno de ellos se parecía al “Batimóvil” -. Lucían modificaciones hechas a la pinta de mi abuelo. También recuerdo las cajas con componentes electrónicas “recicladas”, y unos enormes triodos de potencia RF que según decía habían pertenecido a un transmisor de amplitud modulada de una conocida radioemisora local, renovados por el “agotamiento de la vávula”.
Vienen a mi mente las imágenes de algunos aparatos construidos por mi abuelo que tenía en su taller: un generador de electricidad AC y DC bencinero (con su correa de transmisión descubierta, perfiles de metal cortados muy artesanalmente, y por supuesto el ruido y humo descomunales cuando lo ponía a funcionar), un amplificador de sonido valvular donde los tubos brillaban conforme el audio de la modulación (¡mi favorito!), antenas yagui multibanda para TV y una antena “con orejas” (esta antena era muy rara.. no he visto algo parecido… hecha con trozos de línea paralela y alambres de cobre sobre tubos de PVC, con un pequeño circuito – unas bobinas pequeñas, condensadores tipo “lenteja” y transistores – que hoy interpreto como un amplificador de antena, similar al que usan los sitios de radiocomunicaciones UHF en la antena RX – preamplificador de torre o signal booster -), y tantos otros aparatos de los que sólo queda el recuerdo.
Entre sus anécdotas destaca lo ocurrido con un trabajo que fue a realizar a Puerto Montt, por la década del ´60. Un caballero de esa ciudad, consciente de las habilidades de mi abuelo, lo contactó para que fuera a motorizar tres veleros que tenía en el puerto. Muy entusiasmado por el desafío, mi abuelo estuvo días haciendo diagramas y planos, concluyendo que con motores de camión resolvería esta necesidad. Y lo logró, claro que no sin imprevistos. Según recuerda mi abuelita “Checha”, cuando estaba probando la mecánica de una de las lanchas, se fué a alta mar sin darse cuenta. Más que esto no sé de la historia.
La fuente de conocimiento de mi abuelo eran los libros. Mis favoritos eran “Radiotrasmisores” (“Radiotrasmisores” en español argentino), de Lawrence F. Gray y Richard Graham, traducido por el ingeniero argentino Adolfo Di Marco; y “Antenas Receptoras de Televisión” de Adolfo Lerena Gabarret, también de nuestro país hermano. En mi época de estudiante de pregrado en ingeniería eléctrica, conversé con mi abuelo para que me “prestara en forma indefinida” estos libros. Ahora los tengo en mi biblioteca técnica personal y comparten espacio con las obras de R. Penrose, G. Mistral, P. Horowitz, G. Salazar, W. Brokering, M. Schwartz, F. Varela y H. Maturana, D. Pozar, T. Wildi, C. Hidalgo y P. Cordero, entre otros.
Mi abuelo fue un hombre de vida sencilla, humilde como los grandes, que con su fanatismo logró mostrarme la emoción de la electrónica, heredándome su vocación por construir cosas, por ser un “Girosintornillo”. Con sus extendidas charlas sobre el “cátodo y la grilla” a la hora de once – jajajaja, esta parte no le gustaba mucho a los demás integrantes de la familia – transmitía pasión por la ciencia y tecnología. Particularmente recuerdo que a mis 11 años me enseñó sobre los puntos de alta y baja impedancia en una línea de transmisión a causa de las ondas estacionarias, y aunque era bueno explicando, entendí el fenómeno recién cuando entré a la Universidad.
Como mi abuelo, han habido y habrán muchas personas ingeniosas que en el anonimato hacen sus inventos con mínimos recursos. Quizás no estén en la cima del desarrollo tecnológico, pero son una muestra de que el talento nace en forma espontánea en todos lados, incluso en los lugares más humildes. Ojalá como sociedad sepamos valorarlo, y seamos capaces de respetar el talento sin “cartón universitario” – y no al revés, donde se sobrevalora el “cartón universitario” aún con muy poco talento -. Personas como Michael Faraday, Oliver Heaviside, Nicola Tesla y tantos otros han sido revolucionarios en el know how de la humanidad, y lo han hecho sin un grado académico.
Con cariño y admiración, dedico este texto, el primer post de este blog, a la memoria de mi abuelo.
Emerson Sebastián